Dios, quien es santo, nos llama a una vida de santidad. Creemos que el Espíritu Santo busca realizar en nosotros una segunda obra de gracia, conocida por varios términos incluyendo “entera santificación” y “bautismo en el Espíritu Santo” – limpiándonos de todo pecado; renovándonos a la imagen de Dios; dándonos el poder para amar a Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos; y produciendo en nosotros el carácter de Cristo. La santidad en la vida de los creyentes se entiende más claramente como semejanza a Cristo.
Dios, quien es santo, nos llama a una vida de santidad. Creemos que el Espíritu Santo busca realizar en nosotros una segunda obra de gracia, conocida por varios términos incluyendo “entera santificación” y “bautismo en el Espíritu Santo” – limpiándonos de todo pecado; renovándonos a la imagen de Dios; dándonos el poder para amar a Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos; y produciendo en nosotros el carácter de Cristo. La santidad en la vida de los creyentes se entiende más claramente como semejanza a Cristo.
Somos llamados por las Escrituras y atraídos por gracia a adorar a Dios y amarlo con todo nuestro corazón, alma y mente, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Para este fin, nos consagramos plena y completamente a Dios, creyendo que podemos ser “enteramente santificados,” como una segunda obra de gracia en la experiencia espiritual. Creemos que el Espíritu Santo nos convence, limpia, llena y da poder a medida que la gracia de Dios nos transforma día tras día en un pueblo de amor, disciplina espiritual, pureza ética, rectitud moral, compasión y justicia. La obra del Espíritu Santo nos restaura a la imagen de Dios y produce en nosotros el carácter de Cristo.
Creemos en Dios el Padre, el Creador, quien con su palabra llama a la existencia aquello que no existe. Antes no éramos, pero Dios nos llamó a ser, nos hizo para sí mismo, y nos formó a su propia imagen. Hemos sido comisionados a llevar la imagen de Dios: “Yo soy el Señor su Dios, así que santifíquense y manténganse santos, porque yo soy santo.” (Levítico 11:44a).
Jesucristo nos reveló plenamente a Dios, y con su ejemplo nos demostró lo que es vivir en adoración y en santidad. Nuestra hambre por ser un pueblo santo está arraigada en la santidad de Dios. La santidad de Dios se refiere a su deidad; su absoluta singularidad del ser. Nadie se compara a Él en majestad y gloria. La respuesta humana apropiada delante de la presencia de un ser tan glorioso es la adoración. La santidad de Dios es expresada en sus actos de redención. La adoración es posible cuando nos encontramos con el Dios que se revela y se da a sí mismo. A su vez, la adoración se convierte en el medio principal por el cual conocemos a Dios. Adoramos al Dios santo y redentor amando lo que Él ama.
La adoración del Dios grande y misericordioso puede tomar muchas formas. A menudo, toma la forma de la alabanza y la oración en el contexto de una comunidad de fe. También se expresa en actos privados de devoción, agradecimiento, alabanza y obediencia. Compartir nuestra fe por medio del evangelismo, la compasión hacia nuestro prójimo, y trabajar por la justicia y la rectitud moral son todos actos de adoración delante de nuestro Dios quien resplandece en santidad. Aun las tareas más ordinarias del diario vivir se convierten en actos de adoración y toman significado sacramental a medida que la adoración de nuestro Dios se convierte en nuestro estilo de vida.
Jesús informa nuestro entendimiento sobre la santidad por medio de su vida, sacrificio y enseñanzas encontradas en los Evangelios, particularmente en el Sermón del Monte (Mateo 5-7). Como pueblo de santidad, buscamos ser como Jesús en toda actitud y acción. Por su gracia, Dios capacita a los creyentes para adorarle de todo corazón y vivir a la semejanza de Cristo. Entendemos que esta es la esencia de la santidad.
Dios también nos ha dado el regalo y la responsabilidad de tomar decisiones. Debido a que nacemos con una tendencia hacia el pecado, estamos inclinados a escoger nuestro propio camino en vez de seguir el camino de Dios (Isaías 53:6). Habiendo corrompido la creación de Dios con nuestro pecado, estamos muertos en nuestras transgresiones y pecados (Efesios 2:1). Si deseamos revivir espiritualmente, Dios, quien con su palabra llama a la existencia lo que no existe, nos debe crear de nuevo por medio de los actos redentores de su propio Hijo.
Creemos que por medio de su único hijo, el Dios-hombre de la historia llamado Jesús de Nazaret, Dios se encarnó y entró a nuestro mundo de manera única. Jesús vino para renovar la imagen de Dios en nosotros, capacitándonos para ser un pueblo santo. Creemos que la santidad en la vida del creyente es el resultado tanto de una crisis de experiencia espiritual como de un proceso que es de por vida. Luego de la regeneración, el Espíritu de nuestro Señor nos atrae por gracia a la plena consagración de nuestras vidas a Él. Luego, durante el acto divino de la entera santificación, también conocido como el bautismo con el Espíritu Santo, Él nos limpia de nuestro pecado original y nos llena de su santa presencia. Él nos perfecciona en amor, capacitándonos para vivir vidas de rectitud moral y de servicio a los demás.
El Espíritu de Jesús obra en nosotros para reproducir en nosotros su propio carácter de amor santo. Por medio de Jesús podemos ponernos “el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad” (Efesios 4:24). Luego de tener la imagen de Dios restaurada en nosotros por medio de la entera santificación, reconocemos que aún no hemos culminado nuestro caminar espiritual; nuestra meta de ser semejantes a Cristo en toda palabra, pensamiento y hecho es una meta de por vida. Creemos que por medio del continuo sometimiento, obediencia y fe, estamos siendo “transformados a su semejanza con más y más gloria” (2 Corintios 3:18).
Seguimos hacia adelante en este proceso a medida que vivimos vidas de adoración expresadas de muchas maneras, incluyendo las disciplinas espirituales, el compañerismo y la rendición de cuentas en la iglesia local. Como un cuerpo de creyentes en una congregación específica, intentamos ser una comunidad semejante a Cristo, adorando a Dios de todo corazón y recibiendo sus regalos de amor, pureza, poder y compasión.
Como pueblo de santidad, no existimos en un vacío histórico o eclesiástico. Nos identificamos con el Nuevo Testamento y la Iglesia primitiva. Nuestros Artículos de Fe nos posicionan claramente dentro de la tradición Cristiana clásica. Nos identificamos con la tradición arminiana de gracia gratuita – Jesús murió por todos – y libertad humana – la capacidad dada por Dios a todo ser humano de escoger a Dios y la salvación. También rastreamos nuestra herencia eclesiástica al avivamiento wesleyano del siglo 18 y al movimiento de santidad de los siglos 19 y 20.
A través de los siglos, el pueblo de santidad ha tenido una “magnífica obsesión” con Jesús. ¡Adoramos a Jesús! ¡Amamos a Jesús! ¡Pensamos en Jesús! ¡Hablamos de Jesús! ¡Vivimos como Jesús! Esta es la esencia de la santidad para nosotros. Esto es lo que nos caracteriza como pueblo de santidad.
Todas las citas bíblicas son tomadas de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional®, NVI®. Copyright©1999 por Bíblica, Inc.
® Todos los derechos reservados.
Nuestros artículos de fe representan nuestras creencias esenciales y contienen las verdades fundamentales que guían cada aspecto de nuestra práctica.
Nuestra declaración de misión define quiénes somos, por qué existimos y nuestra razón de ser.
Estas son las creencias que los nazarenos afirman como verdad
Nuestros artículos de fe representan nuestras creencias esenciales y contienen las verdades fundamentales que guían cada aspecto de nuestra práctica.
Estas son las creencias que los nazarenos afirman como verdad
Nuestros artículos de fe representan nuestras creencias esenciales y contienen las verdades fundamentales que guían cada aspecto de nuestra práctica.