El pastor Efraín Picado de origen nicaragüense, nos cuenta su experiencia de cuando estuvo al borde de la muerte por la enfermedad del COVID-19, y cómo Dios, las oraciones y el apoyo de la iglesia le ayudaron en ese difícil proceso. “me despedí de mis hijos y de mi esposa, y les dije que ya no lucharan por mí, que estaba muy agotado y no quería luchar más”.
«Mi nombre es Efraín Antonio Picado Téllez*, soy presbítero de la Iglesia del Nazareno de Nicaragua desde el año dos mil. Fui llamado a pastorear en el año mil novecientos noventa y seis.
En el desarrollo del ministerio pastoral al cual Dios me llamó, he asistido a personas muy enfermas y he visto a muchos a partir de este mundo, pero nunca pensé ver fallecer a tantas personas como en esta crisis por el coronavirus.
El día 26 de mayo, empecé a sentirme muy mal de salud, a tal punto que no me levantaba de mi cama, los dolores en el hígado eran demasiados fuertes y sumado a eso mi corazón estaba muy débil. Comencé un tratamiento para el hígado y el corazón, pero mi salud no mejoraba, llegó a empeorar a tal punto que ni de día ni de noche tenía descanso. Cuatro días después de comenzar con los dolores, comenzaron a tratarme con antibióticos e inyecciones para el dolor, pero mi cuerpo no respondía . Mi esposa se encargaba de cuidarme todo el tiempo. No había sospecha de coronavirus porque no había fiebre y la tos que tenía se pensaba que era cardiaca . No presenté otros síntomas asociados al COVID-19, por lo que seguía con el tratamiento.
El 1 de Junio, mi cuerpo comenzó a debilitarse mucho, casi no podía respirar. Me desmayé y caí dos veces al piso, no podía sostenerme de pie. Me dijeron mis hijos y mi esposa que no pudieron abrir mi boca, mis ojos perdieron el brillo y agonizaba.
Al día siguiente me despedí de mis hijos y de mi esposa, y les dije que ya no lucharan por mí, que estaba muy agotado y no quería luchar más. Escuchaba cómo a lo lejos mi esposa hablaba con los pastores y hermanos en la fe pidiendo ayuda con sus oraciones, después me di cuenta que muchas personas estaban orando y ayunando para que Dios tomara control de mi situación y me sanara.
El 2 de junio, mis hijos y mi esposa me llevaron a dos diferentes hospitales privados, en ninguno quisieron recibirme porque dijeron que no podía hacer más que esperar el momento de fallecer.
Yo estaba ya sin fuerzas, un hospital me recibió, me pusieron oxígeno y me llevaron a un centro de salud en donde Dios puso un ángel, una doctora de la cual fui pastor, ella me conectó al oxígeno y me hizo varios exámenes, detectando neumonía atípica, inmediatamente me trasladaron a un hospital público, donde pudieron hacer muy poco por mí, sin embargo me realizaron el examen para descartar si estaba infectado del coronavirus. Al día siguiente me comunicaron que tenía COVID-19, y que me trasladarían al hospital que estaba atendiendo esos casos. Una vez en el hospital, comenzó mi tratamiento para esa enfermedad.
La experiencia en el hospital es muy difícil, uno ve a todos lados y sólo ve a gente quejándose, todos conectados sin poder respirar por si mismos. A diario miraba cómo compañeros de sala fallecían y unos pocos que eran dados de alta.
La soledad, el no saber nada de la familia, pensando si ellos también se habían contagiado, el no poder respirar por mí mismo, provocó que los niveles de azúcar y presión sanguínea se dispararan haciendo más grave mis situación. Por cuatro días sentí que ya no iba a regresar a mi casa, pero al quinto día comencé a sentir mejoría, y al octavo día me dieron de alta con tratamiento riguroso .
Regresé a casa donde mi familia me esperaba con gozo y agradecimiento a Dios. Aún con el cuerpo maltratado, con tos, dolor en la espalda, y dificultades para respirar, pero con ánimo para seguir adelante, confiando en la protección del altísimo Señor.
A Dios sea la gloria por que Él estuvo conmigo en todo momento, Él nunca me dejó durante toda esta enfermedad, y por ello le doy honra y gloria, y sólo puedo expresar desde lo más profundo de mi corazón y decirle ¡GRACIAS MI DIOS!
Una semana después de haber salido del hospital, Dios me regaló un año más de vida, y hoy no podría dar testimonio sino fuera por las rodillas dobladas de cada pastor, cada líder, cada hermano que me acompañó en este duro proceso. No sólo es el desgaste físico el que se sufre en esta enfermedad, sino también por la familia, por eso agradezco a Dios por el acompañamiento que les dieron en todo tiempo.
Dios me ha dado una nueva oportunidad y quiero aprovecharla sirviendo más a su obra, orando por aquellos que están sufriendo por una enfermedad.
A Dios sea la gloria por los siglos de los siglos amén”.
*El pastor Efraín Antonio Picado Téllez, es presbítero de la Iglesia del Nazareno en Nicaragua y es esposo de la superintendente del distrito central de Nicaragua.