El doctor nazareno René Rivas*, de origen guatemalteco, comparte cómo el Señor le ha permitido servir durante el tiempo de cuarentena a familias pastorales, miembros de la iglesia y familias de sus comunidades. Además de dar servicios médicos, el Señor le ha permitido compartir un mensaje de paz y esperanza a muchas personas, incluyendo a unos 20 pacientes con COVID-19.
“La pandemia del Covid-19 nos ha cambiado la vida; hemos rebasado la etapa en la que mirábamos las noticias y las cifras de contagios y defunciones, y decíamos “está dura la situación en esos países”. Pero ahora estamos conviviendo con la pandemia, y entre esas cifras ya se cuentan personas conocidas, amigos, y quizás hasta miembros de nuestra familia; para los médicos, de pronto algunos de nuestros pacientes.
Estar más tiempo en casa me ha permitido atender a más pacientes en mi clínica, así como tener más contacto con los pastores de mi distrito, coordinando los planes de ayuda que hemos manejado para las familias pastorales, familias de las iglesias, así como para familias de las comunidades en donde nuestra Iglesia ministra.
En las últimas semanas, los casos de personas contagiadas con el coronavirus en nuestro país (Guatemala) han aumentado en forma acelerada, lo que ha ocasionado que familias de nuestras Iglesias también estén siendo golpeadas, teniendo ya entre sus miembros un número grande de contagios, y alrededor de cinco decesos. Como médico y como miembro del Comité de Ministerios Nazarenos de Compasión del distrito central de Guatemala, he estado pendiente de la salud de las familias pastorales y demás familias nazarenas.
Considerando el riesgo de contagio y respetando los protocolos establecidos por las autoridades de Salud, me he cuidado de estar en contacto con pacientes que tengan síntomas sugestivos de COVID-19, y algunas personas me llaman cada día o me escriben por WhatsApp para consultar acerca de sus síntomas, y algunos otros preocupados porque han estado en contacto con personas contagiadas. Hasta hace dos semanas, había referido seis pacientes para el examen correspondiente, de los cuales cuatro resultaron positivos para la enfermedad.
Con el primer paciente, un hombre de edad avanzada y con mucho riesgo, cuando se confirmó que estaba contagiado por el coronavirus, la familia muy preocupada me preguntó qué podían hacer ya que no querían llevarlo a un hospital nacional y tampoco tenían los recursos para pagar un hospital privado. Sabiendo que su confianza estaba puesta en Dios, les pregunté si también estaban dispuestos a confiar en mi persona como médico, y me dijeron que seguirían las instrucciones que yo les diera. Con la fe puesta en Dios decidimos darle tratamiento en casa, y lo estuve monitoreando por teléfono y por vídeo llamadas para asegurarme que se le administraran los medicamentos de manera correcta.
Aparte de los medicamentos, también consideramos el aislamiento y la forma de cómo relacionarse entre la familia para brindarle todas las atenciones al paciente; en el caso que menciono fue necesario hacer la prueba a un miembro de la familia, quien estuvo en contacto con el enfermo antes y después que se comprobara que era positivo para el COVID-19. Cuando escribo esta nota, recibo la alegre noticia del resultado que salió negativo. Con permiso de él, puedo mencionar que es uno de nuestros pastores en un distrito.
Hace dos semanas, recibí una llamada de un paciente, a quien estuve monitoreando por 21 días; me llamaba hasta cuatro veces en un día. Luego de terminar el tratamiento y sentirse completamente bien, cuando le dije que ya podía volver a reunirse con su familia, con todo el agradecimiento se puso a llorar y por poco me hace llorar a mí también. Los médicos nos sentimos contentos cuando vemos la recuperación completa de nuestros pacientes, pero esta vez fue algo tan especial que hizo sentirme tan agradecido con Dios por permitirme ser instrumento en sus manos.
No estoy recomendando medicamentos fuera de serie, solamente lo necesario según los síntomas, e individualizando los casos. Lo que sí hago con todos, es tratar de infundir confianza en ellos, pues hay mucha incertidumbre y miedo pues piensan que van a morir.
El número de pacientes y consultas han aumentado, y aparte de las recomendaciones médicas, algunas veces me ha tocado aconsejar en cuanto a otros problemas que afloran en ellos, consejería que correspondería a un profesional de la psicología. También me ha tocado presentarles el plan de salvación a algunos que aún no tienen una relación personal con Dios, y recomendarles que se pongan completamente en las manos de Él.
No niego que yo también tengo miedo de contagiarme, o que suceda lo mismo con mi hija, una especialista que tiene contacto directo con los pacientes de Covid-19, algunos de ellos complicados, en la sala de intensivo del hospital donde ella trabaja. Tampoco quiero que ni ella ni yo seamos vía de contagio para el resto de la familia. En medio de todo, considero que debemos enfrentar la pandemia con fe, pero con sabiduría, debemos confiar en Dios, pero a la vez ser prudentes para no ser uno más de las cifras que a diario nos estresan y nos deprimen.
Agradezco a Dios porque me dio la misión de estar con los que me necesitan, y ahora no voy con los grupos médicos a las comunidades rurales, pero de alguna manera estoy siendo instrumento en sus manos, para dar seguimiento y consejo a pacientes que ni siquiera conozco personalmente. Donde hay una necesidad y yo puedo ayudar, ahí quiero estar; eso es lo que entiendo por el llamado de Dios para mi vida. Y ahora Dios quiere que esté aquí, ayudando a esta gente, aunque sea por teléfono. La honra y la gloria es para nuestro Dios a quien le pido que me dé paciencia y sabiduría para hacerlo de la mejor manera posible.
‘He aquí que yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré, y les revelaré abundancia de paz y de verdad’. Jeremías 33:6”
*El doctor René Rivas ha servido como voluntario desde hace 17 años el trabajo de Ministerios Nazarenos de Compasión en su país Guatemala, así como en otros países. A la fecha ha realizado más de cien misiones médicas con grupos provenientes de Estados Unidos y de otros países.