Este fin de semana celebramos el Domingo de Ramos, recordando la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén unos días antes de su pasión, muerte y resurrección. El evento fue profetizado por Zacarías: “¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de alegría, hija de Jerusalén! Mira, tu rey viene hacia ti, justo, Salvador y humilde viene montado en un asno… y proclamará paz a las naciones. ¡Su dominio se extenderá de mar a mar…hasta los confines de la tierra!” (Zacarías 9:9-10).
Cuando Jesús entró a la ciudad, las multitudes colocaban sus mantos y ramas de árboles en el camino para simbolizar que Jesús era el rey. Eso era cierto: Jesús era su rey. Él era su príncipe de paz. La sorpresa es la manera en que Jesús eligió ejercer su realeza.
El asno ha sido considerado durante mucho tiempo como un animal de paz, a diferencia del caballo, que es un animal de guerra. En el mundo antiguo, los gobernantes victoriosos a menudo cabalgaban un caballo blanco y fuerte en una ciudad conquistada como símbolo de su poder y conquista. Sin embargo, Jesús eligió a propósito un asno para simbolizar que su reino sería diferente a cualquier otro terrenal. La declaración de Jesús no podría haber sido más clara.
Cabalgó a Jerusalén sobre un asno, pero la mayoría de las personas esperaban ver a Jesús en un caballo.
Querían un rey que los sacara de su opresión con mano fuerte. Querían a alguien que tomara el mando y ejerciera dominio. Ellos solamente podían ver lo que querían y no lo que necesitaban. De hecho, Jesús sabía que el rey que querían no podría ser el tipo de rey que necesitaban. Ese remedio no podía ofrecerles la cura. Eligieron el poder terrenal sobre el amor divino. Esto causó que Jesús llorara por la ciudad.
Hay muchas opiniones sobre lo que es más necesario en el mundo en este momento. En medio del dolor, la pena y la pérdida que ha dejado a su paso el COVID-19, lloramos con Jesús. Es apropiado lamentarse por el hecho de que tenemos mucho menos control de lo que pensábamos, que nuestra impotencia nos atemoriza y que los reyes a caballo no son nuestra salvación. Pero en nuestro lamento, también recordamos que el Príncipe de Paz viene.
El Príncipe de Paz sigue llegando a nuestras ciudades, pueblos y aldeas; Él entra a nuestras iglesias y juzgados, nuestros hospitales y hogares. Además, Él está montado sobre un asno, llevando paz, consuelo y esperanza. La sanidad del mundo solamente será posible mediante el triunfo de Cristo por el poder del amor de Dios. Y su reino no tendrá fin.
¿Cómo sabemos que es verdad? ¿Por qué podemos confiar en esa esperanza?
¡Porque la Resurrección está cerca! y como resultado, el Príncipe de Paz también trae nueva vida de la muerte.
«¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!» (Lucas 19:38).
Gracia y paz a todos,
Junta de Superintendentes Generales