“Calamidad (del latín calamitate) o catástrofe significa desgracia pública, flagelo. La calamidad pública es una situación anormal, causada por desastres que provocan daños y pérdidas y que implican un compromiso sustancial en la capacidad de respuesta del poder público de la entidad afectada”.
En este punto de nuestra historia, es casi imposible que existan personas que no estén conscientes de la calamidad que ha afectado al mundo. Todos están siendo afectados sin ningún respeto. Nada ni nadie se escapa.
Pensando en ello, busqué en el profeta Habacuc y la calamidad que asolaba su tiempo, algunas respuestas a los problemas que enfrentamos. Es una palabra pastoral (hay otros textos en internet que cubren otros aspectos, lee https://coletivobereia.com.br/igreja-e-irresponsabilidade-social-os-paradoxos-da-pandemia-de-2020/) que escribí pensando solo en cómo podemos enfrentar estos próximos e inciertos días.
Este hombre es poco conocido en las Escrituras. Sabemos que vivió al mismo tiempo que el profeta Jeremías y que tenía una fe extraordinaria arraigada en las tradiciones de la relación de Dios con su pueblo. Él vivió en el sur de Israel y sus profecías, como Jeremías, datan de justo antes de la invasión de Babilonia a Jerusalén en 597 a. C.
Habacuc discutía con Dios lo que parecía ser su injusta manera de actuar. Estaba desconcertado por el hecho de que la maldad, la lucha y la opresión eran galopantes en Judá, pero aparentemente Dios no hacía nada al respecto. Cuando le dijeron que el Señor se estaba preparando para hacer algo a través de los “crueles” babilonios (1:6), su perplejidad solo se intensificó: ¿cómo Dios, que es “demasiado puro para mirar el mal” (1:13), indica a tal nación “ejecutar juicio”(1:12) sobre un pueblo “más justo que ellos” (1:13)?
Dios dejó claro, sin embargo, que eventualmente el destructor corrupto sería destruido. Al final, Habacuc aprendió a descansar en las acciones soberanas de Dios y a esperar Su obra con un espíritu de adoración. Aprende a esperar pacientemente en la fe (2:3-4) porque el reino de Dios se expresará universalmente (2:14).
El libro termina con una nota de fe y esperanza: “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza, el cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar.” (3:17-19).
Aquí hay algunas lecciones para nosotros, aunque se pueden establecer otras.
- Todos estamos sujetos a desastres de todo tipo. Puede ser sanitario, económico, político, social, relacional, etc. Estos desastres afectan a todos sin distinción. No hay tal cosa como orar y pensar que nada me pasará a mí ni a mi familia.
- Israel fue el pueblo de Dios en el pasado y no se salvó. De hecho, fue Dios mismo quien levantó a Babilonia contra Su pueblo. No fue una acción de Babilonia ajena a la voluntad soberana de Dios.
- Habacuc entendió lo que Dios estaba haciendo y decidió tener fe y esperanza para el futuro. Uno de los versos más bellos de la Biblia expresa que Dios está trabajando y que la gente conocerá Su nombre y que Su gloria se verá en todo el mundo: “Porque la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar” (2:14).
- Debemos tener esa misma confianza. Dios no ha olvidado sus propósitos, su misión aún no ha terminado. Si Habacuc estaba vivo para escribir, nosotros también. Escribamos nuestra esperanza, escribamos sobre Dios actuando sobre nosotros durante este tiempo. ¿Podría una calamidad ser tan fuerte como para sacudir y destruir los objetivos de Dios para Su pueblo?
- Seamos realistas. Habacuc fue a ver qué estaba pasando. Vio la escasez, vio la falta de comida, vio una situación afligida. Sabía que sacudiría a todos.
- Sin embargo, cuando vio los resultados de la calamidad avecinándose, se levanta en un grito de fe y esperanza: “aun…”. Aunque todo está como está, aunque no puedo verlo, aunque todo esté seco y sin posibilidad de reverdecimiento. Aun así.
- Aun así, profetiza: “Me regocijaré en el Señor y me regocijaré en el Dios de mi salvación”. Las circunstancias deben llevarnos a la alabanza de Dios y no a la desesperación; deben llevarnos a creer y no al estado de incredulidad. Si las circunstancias determinan si creemos o no, entonces todos hemos terminado con nuestra relación con Dios.
- Finalmente, Habacuc expresa su total confianza en la soberanía de Dios. Ese Dios soberano es tu fuerza y te sacará de esta calamidad. Quizás la doctrina que más se cuestionará en estos días por el pueblo de Dios sea exactamente esta: la soberanía de Dios. Entonces, habrá personas que escribirán sobre las injusticias de Dios, sobre la ineficacia de Dios, sobre el silencio de Dios.
- Depende de nosotros, que somos el pueblo de Dios, actuar con fe, valor y valentía.
- Hagamos como Habacuc. No estaba alejado de la realidad, sabía lo que estaba sucediendo, fue a ver los resultados de esa calamidad.
- Ahora depende de cada uno de nosotros actuar en nuestra calamidad. Puedes cuestionar a Dios, pero finalmente debes creer en Su soberanía. Puedes transmitir, como Habacuc, con tus palabras y acciones un mensaje de esperanza a quienes estén desconcertados. Puedes ser una luz en la oscuridad. Puedes ser un proveedor. Puedes ser lo que Dios quiere que seas: sal de la tierra y luz del mundo.
Conclusión
Fue para esta hora que Dios te salvó. Él no solo te salvó para ir al cielo, sino para traer el cielo a la tierra. ¡Tráelo ahora y pronto!
Él te salvó para brillar hoy y no en la eternidad. Él te salvó para hacer el bien hoy. Él te salvó para vivir esta crisis con fe y audacia.
Cree y obedece. Cree y haz. Hoy y siempre recuerda que Dios aún no ha cumplido su promesa de que toda la tierra será llena del conocimiento de su gloria. Pensar en ello brinda una gran tranquilidad con respecto al futuro.
Dr. Antonio Carlos Barro
Director General, Facultad Teológica Sudamericana
Londrina, Paraná, Brasil