Por Dan Reiland

Una de las cosas más peligrosas del orgullo es que es fácil de ver en los demás, pero difícil de ver en nosotros mismos.

Cualquier líder puede caer presa del orgullo, y cuando pensamos que no podemos, el enemigo nos tiene justo donde quiere.

Es algo que puede acercarse a nosotros lenta y sutilmente, y si no se controla con el tiempo, puede hacer que cultivemos pensamientos que no queremos que otros sepan o crean que son verdad.

Si el orgullo crece en un líder, se convierte en un veneno para el alma que hace cada vez más imposible servir desde un corazón auténtico de amor y deseo de servir a los demás.

El orgullo nos roba la libertad de amar y servir a los demás, nos mantiene cautivos de una determinada imagen y en la esclavitud de una necesidad de control.

El orgullo se preocupa por cosas como:
– ¿Dónde estoy en el organigrama?
– ¿Tengo la autoridad que quiero?
– ¿A qué velocidad asciendo?
– ¿Lo que hago me llevará adonde quiero?
– ¿La gente me tiene en alta estima?
– ¿Soy el mejor?

El orgullo puede hacer que un líder inteligente haga cosas realmente tontas. Se ha descrito así: «El orgullo es como una droga que puede apoderarse de tu vida».

El orgullo puede hacer que nos autosaboteemos, que no pidamos ayuda cuando la necesitamos o que la rechacemos cuando nos la ofrecen. El orgullo puede hacer que nos alejemos de una hermosa amistad cuando un simple «lo siento» es todo lo que necesitábamos.

  • El antídoto contra el veneno del orgullo es la auténtica humildad.
  • La actitud para combatir el veneno del orgullo es pensar en uno mismo como lo hace Dios, ni más ni menos.
  • La acción para vencer el veneno del orgullo es decir palabras de disculpa, admitir cuando se está equivocado, dar crédito a los demás, levantar a los demás, someterse a Dios e invitar a los demás a decir la verdad en nuestras vidas.

La humildad no es pensar mal de uno mismo, sino pensar honestamente sobre uno mismo. Es la combinación de conocer la verdad sobre uno mismo y, al mismo tiempo, comprender el gran amor de Dios por uno. Cuando usted se ve a sí mismo y se valora de la misma manera que Dios lo hace, va en la dirección correcta.

4 Peligros sutiles del orgullo

1) El orgullo puede hacer que nos preocupemos por dónde estamos parados en lugar de cómo servimos.
El orgullo puede sorprender a cualquiera en cualquier momento. Siempre está esperando y merodeando en las sombras. Incluso el más humilde de los líderes puede caer, momentáneamente, en la trampa del orgullo.

Por ejemplo, el Orgullo nos permite centrarnos en nuestro lugar en el organigrama en lugar de en cómo beneficiamos al equipo. Eso es fácil de hacer, y parte de un buen lugar, de nuestra vocación, el impulso y el deseo que Dios nos ha dado de hacerlo bien. Es cuando cruzamos la línea para servirnos a nosotros mismos en lugar de a los demás cuando surge el problema.

La inseguridad también puede hacer que nos centremos en el lugar que ocupamos en el organigrama, pero es un lamento pasivo, mientras que el orgullo es una búsqueda agresiva.

La oscuridad del orgullo hace que nos preocupemos más por nuestro sitio en la mesa que por lo que aportamos.

El deseo de alcanzar el potencial que Dios nos ha dado es algo bueno, si nos mantenemos en Su agenda en lugar de en la nuestra.

2) El pecado sutil del orgullo es la comparación
Todos podemos ser cegados por el orgullo.

El orgullo es natural a la condición humana, es una batalla de toda la vida que debemos enfrentar. La buena noticia es que podemos ganar la batalla consistentemente a través de la conciencia, la intencionalidad y la retroalimentación honesta de algunos consejeros cercanos en los que confiamos.

El gran problema del orgullo no es sentirse bien con uno mismo o con un trabajo bien hecho, sino compararse con los demás con el deseo de elevarse como mejor, por encima y más importante.

El factor sutil e incluso siniestro del orgullo es que el verdadero objetivo de la comparación consiste más en rebajar el valor de los demás que en elevar el valor de uno mismo.

Podemos debilitar el dominio del orgullo cuando cambiamos nuestra perspectiva de la comparación malsana a la contribución genuina en beneficio de los demás. Cuando nos centramos en elevar a los demás, es difícil que el orgullo eche raíces.

3) El orgullo siempre desea más
La fea trampa del orgullo es su insidioso deseo de más. Simplemente nunca está satisfecho.

La trampa interminable del «más» es que el líder a menudo no sabe qué es el más, simplemente, es más, y eso lo convierte en un líder peligroso. El resultado es un espíritu desagradecido y descontento.

Para decirlo de otra manera, un líder orgulloso que no sabe lo que quiere es un líder peligroso porque se consume tomando (para satisfacer su insaciable necesidad) en lugar de dar.

Con el tiempo, este líder puede cambiar de liderar con una audacia llena del Espíritu – a un líder en busca de más poder por el bien del control.
Esto siempre lleva a una caída.

Tras el orgullo viene la destrucción; tras la altanería, el fracaso. Proverbios 16:18

El altivo será humillado, pero el de espíritu humilde será enaltecido. Proverbios 29:23

Con el orgullo viene la deshonra; con la humildad, la sabiduría. Proverbios 11:2

«Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes».  Santiago 4:6

4) Una señal segura de orgullo es cuando un líder ya no está dispuesto a seguir.
Cuando yo era un joven adulto en la universidad, trabajando en empleos de medio tiempo, a menudo pensaba que sabía más que mi jefe, y por lo tanto no quería hacer lo que me pedían (o me decían) que hiciera. Eso era claramente orgullo y arrogancia.

A la temprana edad de veintiún años eso puede ser comprensible, pero no lo hace correcto y ¿cómo deberíamos pensar sobre esto cuando un líder tiene treinta, cuarenta o cincuenta años?

Cuando un líder ya no está dispuesto a seguir a los líderes que están por encima de él o ella, se convierte en un lastre más que en un activo para el equipo.

La falta de capacidad o voluntad de seguir revela en algún nivel un espíritu de rebelión, arrogancia o independencia.

Independientemente de nuestra edad, la sumisión es un rasgo divino. Jesús demostró el máximo modelo de sumisión al Padre.
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Resistir el orgullo y abrazar la sumisión por el bien de los propósitos de Dios no es fácil, de hecho, es un proceso que dura toda la vida. El viaje saludable comienza con la conciencia, adoptando una actitud de humildad, y resistiendo el comportamiento orgulloso.

Derechos del Autor © 2024 Dan Reiland

Traducido por: Elizabeth Guevara Cabrera