Cuando fui niño lo disfruté mucho, lo veía estar en casa por las mañanas y algunas ocasiones por la tarde al regresar de la escuela, lo veía leyendo en su oficina y recibiendo visitas para platicar, lo veía predicar al menos 4 veces por semana vestido de traje tras un púlpito que me permitía valorarlo mucho como padre, como pastor.

Cuando fui preadolescente me surgieron algunas dudas porque pensé que “mi papá no trabajaba”. Se la pasaba en su oficina y visitando casas de personas que querían invitarlo para comer y platicar. Disfrutaba cuando sus visitas eran a casa de mis amigos, pero muchas otras veces tenía que acompañarlo a casas que me parecían aburridas porque no había nada que hacer y tenía que esperarlo en silencio, en la sala; ese era mi padre, el pastor.

Cuando fui joven me empezó a inquietar el nudo de su corbata porque, aunque se veía siempre perfecto, para mi “gusto” muchas veces no era necesario. Siempre hablando de Biblia, siempre atendiendo a los demás. Varias veces tuvimos que recibir personas en casa y darles de comer, algunas veces tuve que prestar mi habitación para que una familia o persona invitada descansara, y muchas veces nuestra agenda familiar fue afectada por las necesidades de alguien más. Así era mi padre, un pastor.

“¿De qué se trata esto?”, pensé en un sin fin de ocasiones.
“Cuándo empieza su trabajo y dónde termina?”, me cuestioné.
“¿Porqué no podemos ser una familia normal?”, fue mi pregunta más fuerte.

Pasados los años, ahora que tengo una familia, al recordar cada experiencia vivida en la casa de mi padre, el pastor, doy gracias a Dios porque mi familia no fue una “familia normal”.  Tal vez muchos no aprecien el valor de un pastor, pero déjenme decirles que yo sí.

Mi padre, el pastor, fue capaz de combinar su amor por Dios y su familia durante cada día de mi infancia para servir a la Iglesia.

Mi padre, el pastor, se esforzaba por despertarse temprano a verme antes de salir a la escuela y hacía un mayor esfuerzo todas las veces que podía para regresar a comer con nosotros cuando yo regresaba.

Mi padre, el pastor, fue capaz de ayudarme con mis tareas mientras preparaba sus predicaciones para compartir a la Iglesia.

Mi padre, el pastor, atendió cada visita que era necesaria y aún las que no lo eran. Comía con alegría y sencillez lo que le ofrecían, y escuchaba, en ocasiones por horas, lo que las personas le contaban a fin de desahogarse o pedir consejo.

Mi padre, el pastor, se vistió muchas veces el mismo traje para estar presentable al momento de compartir la palabra, no porque él lo deseara en todo tiempo, sino que buscaba reflejar con pulcro y decoro lo que Jesús había hecho en su vida y representarlo dignamente.

Mi padre, el Pastor, fue un hombre capaz de conversar de todo y con todos acerca de diversos temas, pero dando siempre el lugar a un solo libro y consejo, basado en la palabra de Dios.

Mi padre, el pastor, muchas veces sin decírmelo, comió un poco menos, o durmió incómodo con tal de servir con amor al necesitado y abrazar en casa a aquel que necesitaba experimentar el amor de una familia.

Finalmente, mi padre, el pastor, pudo enseñarme sin palabras que “servir al Señor” no es un trabajo que tenga horario o paga, porque el Señor es el dueño de todo y cuando uno decide “trabajar” para él, siempre es un buen tiempo para “servir a los demás”.

En este mes del “Reconocimiento al ministro”, mientras recuerdo a mi padre, el pastor, quiero reflexionar en las palabras que expresó el apóstol Pablo en la carta a los Hebreos: “Acuérdense de sus dirigentes, que les comunicaron la palabra de Dios. Consideren cuál fue el resultado de su estilo de vida, e imiten su fe”. Hebreos13:7

Papá, hoy me acuerdo de ti y valoro mucho tu labor pastoral, gracias por compartir siempre, de manera fiel y lo más clara posible la palabra de Dios con palabras y acciones.Hoy considero cuál fue el resultado de tu vida y puedo ver, al observar el paso del tiempo, que has formado muchos discípulos para que sigan al Señor con fe y pasión.

Hoy reflexiono en tu fe y cada día me esfuerzo por imitarla ya que fue de entrega y pasión por el Dios y por tu familia.

Tal vez muchos no valoren tu esfuerzo como pastor, pero déjame decirte que Dios y nosotros, tu familia, te valoramos mucho como un padre que pastoreó bien su hogar.

Te amo, papá; mi pastor.

Jonathan Bernal, más conocido como Jony, es de nacionalidad mexicana, actualmente es pastor asociado en la Iglesia del Nazareno en Monterrey, Templo San Pablo. También, es pastor y consejero para la JNI del distrito noreste de México.

Es hijo del pastor Arturo Bernal Valadez, quien sirvió en el ministerio por 45 años. Actualmente está jubilado, y junto con su esposa, la pastora Esther Costilla, fungen como pastores consejeros en la Sexta Iglesia del Nazareno en Monterrey, México.

Jony ha formado una preciosa familia con Berenice Lozano, con quien tiene dos hermosos hijos, David e Isa.

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