Estaba sentado frente a Carem conversando sobre la santificación. “He escuchado mensajes sobre este tema durante años y llegué a la conclusión de que Dios proveyó esto sólo para algunas personas, inclusive puede ser para mucha o la mayoría de la gente, pero no para mí. Me dedique a su búsqueda, como algunos pastores me aconsejaron, y no pude encontrar ese momento de vida determinante en el que ya no tenía que luchar con cosas como hábitos o pensamientos pecaminosos que, yo sabía, necesitaba cambiar”. Estas palabras “Dios proveyó esta experiencia para algunos pero no para mi…” quedaron grabadas en mis oídos con un sonido agudo y repetido. La obra santificadora del Espíritu ha sido con frecuencia acompañada con extrañas afirmaciones que no pueden ser sostenidas por las Escrituras. Mucha gente siente lo mismo que este hombre que pensaba que Dios lo había excluido de algo realmente importante y necesario.

No existen atajos para la santidad. La vida santificada es un compañerismo entre una persona y Dios que lo capacita para llegar a alcanzar la imagen de Cristo. Imagino que sería lindo que Jesús hiciera unos pases mágicos con sus manos y todos fuéramos hechos perfectos. No ahorraría un montón de energía si Él lo hiciera todo y solo restara que nos lo diera sin esfuerzos de nuestra parte. Nos encantaría, si pudiéramos, tratar a Dios como a un gran tintorero capaz de eliminar toda mancha mientras nosotros solo observamos. Le llevaríamos nuestro ser manchado de pecados y carnalidad para pasar a recogerlo cuando ya está limpio. Nosotros queremos que Él haga todo el trabajo en nuestra de manera espectacular y en un solo momento y que luego nos la devuelva. Este tipo de enseñanza siempre dejará a la gente confusa y frustrada.

Pero lo que hallamos en las Escrituras, más bien, es una obra que comienza con Dios y que capacita a los cristianos para una vida basada y dirigida por amor. La santificación es un compañerismo espiritual que requiere que cada creyente someta su voluntad a Dios. Nos llega por medio de una invitación del Espíritu y es la voluntad de Dios para todas las personas. Entonces el cristianos debe abrir su vida (aceptar la invitación), por medio de su voluntad, y ceder el control de su vida al Espíritu Santo. Este no es un control como si lleváramos el volante de un coche espiritual. Más bien, es un estilo de control en el que el Espíritu va leyendo las direcciones a seguir por el coche que nosotros dirigimos. Nosotros aún conservamos nuestra voluntad o capacidad de decidir. Aún podemos escoger girar a la izquierda cuando las instrucciones no indiquen ir hacia la derecha. Pero, sin duda, si queremos llegar donde el Espíritu nos promete debemos cederle la autoridad sobre nuestra voluntad. Aún continuamos conduciendo el coche con son una completa habilidad para tomar decisiones; pero ahora decidimos seguir las indicaciones del Espíritu. Maduramos en esta experiencia a medida que nos mantenemos bajo su guía. Cuando Él dice que giremos a la izquierda y nosotros lo hacemos hacia la derecha, Él todavía girará a la izquierda y nosotros debemos hacer los ajustes para regresar y continuar en la dirección indicada. La santificación es un trabajo de capacitación para oponernos a aquellas cosas que nos tienen atados espiritualmente desde el pasado y evitar las cosas que nuestro enemigo nos presente en el futuro. No existe tal tipo de misticismo en esta obra de Dios. Él comienza la obra de gracia en nosotros y luego trabaja permanentemente a nuestro lago para ayudarnos a alcanzar la victoria en esta vida y por la eternidad.

 

Pastor Jon Carnes
Pastor de la Iglesia del Nazareno Pensacola
jon-carnes@sbcglobal.net